jueves, 6 de marzo de 2014

Transformando dolor…

En crecimiento


Suele ocurrirnos que al convertirnos en adultos civilizados, no nos permitimos sentir ciertas emociones porque las juzgamos negativas; pero esta energía que son las emociones, quedan reprimidas y contraídas en nuestro cuerpo físico.

Hoy urge que aprendamos a trabajar nuestras emociones y no solamente para salir de la resistencia o negación de las mismas, sino aprendiendo la habilidad de transformar aquellas que nos resultan incomodas o dolorosas.

Como nos dijo Jesús, es volver hacerse como niños, recobrando ese estado natural que teníamos entonces; solo que ahora, ya adultos, lo hacemos con conciencia.

Veamos el siguiente ejercicio para realizar cuando no nos sentimos bien. 


EJERCICIO:
Siente el dolor físico o el desasosiego emocional que puede estar presente en ti en este momento. Si se trata de una experiencia del pasado, puedes re-conectar con ella también. Permite que se exprese con toda su fuerza aquello que te dejó abatido y que aun te afecta.

Escucha el diálogo interno que surge, y permite cualquier pensamiento que aparezca.

Observa el hábito de tu mente de evitar la incomodidad por medio del análisis. 

Presta atención a tu cuerpo y sus sensaciones.

Mantén en lo posible, las sensaciones y sentimientos tal cual son. Presta atención a la parte del cuerpo donde experimentas la sensación. Permite que tu cuerpo procese esas energías a través de sentirlas intensamente, mientras tú eres testigo del proceso; y respiras conscientemente. Tu mirada observadora, acogedora y sin intención, lo está transformando.

Observa lo que hace tu cuerpo (cualquier sensación o sentimiento interno, cualquier pensamiento asociado, etcétera.) sin tratar de controlarlo. 

Observa con amor, con compasión, sin juicio. Observas toda la situación. Y respiras natural y conscientemente.

El dolor reprimido tiene varias capas, profundas y gruesas, de fuerza vital contraída.

Es posible que experimentes sentimientos o sensaciones intensas que se alternan con períodos de calma y relajación. Deja que el efecto péndulo actúe todas las veces que sea necesario. Puede que vayas de la incomodidad al placer. Ten fe en la natural inteligencia de tu cuerpo. 


Tú no eres ni un extremo ni el otro del péndulo, sino el punto neutral que permite que el péndulo exista. Tú eres el que observa, el testigo interior que “ve” lo que sucede.

Observas con amor, con compasión, sin juicio. Observas toda la situación.

Esto puede llevarte unos minutos a una media hora o más.
Cuando hayas conectado con el dolor acumulado en tu interior, tómate un tiempo para integrar lo que has experimentado. Puedes reposar por unos instantes; y luego permite re conectar con la Vida, tal como es. Mira hacia adelante y abre tus brazos a la Vida. Inspira y tomas energía nueva, renovada, expiras y sueltas lo que haya que dejas atrás...



Me abro a la Vida tal como es. 
Sì a la Vida... Gracias... Por Favor...

Para transformar la energía acumulada de dolor, es necesario poner atención, observar con amor, estando presentes en eso que nos pasa.

Cuando prestamos atención a lo que percibimos como incómodo o doloroso podemos hacernos mucho más conscientes de las sensaciones y sentimientos, tanto como de nuestros patrones de pensamiento y las creencias que los alimentan. Solo así es posible comenzar a desenredarlos.

Esto es simple pero no es fácil; porque hay que tener coraje para mirar la verdad en nuestro interior y porque nuestra mente tiende a juzgar, resistirse y luchar contra lo que es incómodo o doloroso. Recordemos que la sanación se logra a partir de “Despertar y Crecer”, de tomar contacto con la Verdad y volvernos más conscientes, amorosos y lúcidos.

Ten presente que tu Corazón tiene una inteligencia superior, escúchalo.

Adelante! Que la Vida mira hacia adelante!

En la energía del amor, les deseo lo mejor!  María Guadalupe 


«Destruid este templo y en tres días lo levantaré»
Jn 2,19

Si deseas profundizar en este tema, te recomiendo el libro "Transformando Nuestros Sentimientos", Editorial San Pablo, 2009, Ma. Guadalupe Buttera y Dr. Roberto F. Ré:


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